Friday, December 01, 2006

THE ECONOMIST: Caída del dólar no sería perjudicial

Los últimos remezones del dólar fueron recibidos por la predecible protesta del mercado, pero cuando llegó a su mes más bajo en los últimos 20 meses, con US$ 1,32 en relación al euro, la única sorpresa fue que no haya caído antes.

De hecho, hay buenas razones para esperar que la caída continúe, llevándolo a cifras más bajas que el récord de US$ 1,36, que fue el piso en diciembre de 2004.

La reciente declinación fue provocada por malas noticias sobre la economía norteamericana: los problemas del mercado inmobiliario estaban teniendo un mayor impacto en la economía. Además, la confianza de los consumidores y las órdenes por bienes durables cayeron más de lo esperado. También hay crecientes preocupaciones de que los bancos centrales de China y otras partes del mundo, los que han estado acumulando dólares por años, empezarían a vender.

Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal de EE.UU., sugirió que la economía gozará de un suave aterrizaje (lo que podría argumentar que los recortes en las tasas de interés no son inminentes). Pero si la economía registra un comportamiento más bajo al que se espera, el entusiasmo por la divisa se desvanecerá. Y si los precios de las viviendas continúan cayendo, crecerá el riesgo de una recesión.

Pero los factores cíclicos explican sólo en parte que el dólar siga fuerte. Al final, su atractivo está basado en factores más estructurales, o lo que es más preciso, en una ilusión sobre las diferencias estructurales entre economías europeas y la norteamericana. La razón principal para esta fortaleza del dólar ha sido la creencia de que la economía norteamericana en los años recientes ha superado ampliamente en desempeño a las economías de los otros países ricos.

Pero las cifras no apoyan la teoría. Ciertamente, el PIB de EE.UU. ha crecido más rápido que el de Europa, pero eso se debe principalmente a que la población también ha crecido más rápido. Si se excava más profundo, las diferencias desaparecen. Las cifras oficiales del crecimiento de la productividad, las que en teoría debieran ser un importante factor de dirección de los movimientos de monedas, exageran el liderazgo de EE.UU.

Si los dos son medidos en bases comparables, el crecimiento de la productividad en la última década ha sido casi el mismo tanto en la zona del euro como en EE.UU. Sin embargo, las últimas cifras sugieren que el crecimiento de la productividad se está reduciendo en EE.UU., mientras que se acelera en la zona del euro. Por ello, contrariamente a las percepciones populares, la economía norteamericana no ha superado significativamente el desempeño de Europa en los últimos años.

Desde 2000, su déficit estructural de presupuesto (después de ajustarse por el impacto del ciclo económico) se ha ampliado, mientras la tasa de ahorro de los hogares norteamericanos ha caído haciendo que el déficit de cuenta corriente crezca. En el mismo período, las economías del área del euro no vieron estímulos fiscales y los ahorros de personas apenas se movieron.

El crecimiento norteamericano ha sido impulsado por el gasto de los consumidores. Ese gasto, apoyado por una declinación en el ahorro y un aumento en las deudas, es claramente insostenible; y los consecuentes desequilibrios económicos y financieros debieran permanecer. Mientras eso sucede, el país podría enfrentar un período prolongado de menor crecimiento. Europa, en tanto, está tambaleándose por los inflexibles mercados de productos y trabajo. Pero eso, paradójicamente, es una ventaja: implica que esa zona tiene un horizonte amplio para mejoras.

Algunos países europeos están empezando a contemplar (y, en una extensión limitada, a asumir) reformas económicas. Si siguen adelante, su crecimiento podría acelerarse en los próximos años. Una vez que los inversionistas se den cuenta, estarán cerca de concluir que el euro es una mejor apuesta que el dólar.

Efecto mundial

Se argumenta que dos factores compensatorios tenderán a apoyar al dólar. Primero, las economías emergentes tienen tantos dólares, que temen a la pérdida de capital a la que podrían incurrir si estimulan la caída del dólar. Segundo, quieren mantener bajo el valor de sus monedas para así ayudar a sus exportaciones. Pero mientras más tiempo sigan acumulando dólares, mayores son las eventuales pérdidas. En otras palabras, el dólar necesita caer mucho para hacer una cavidad significativa en el déficit externo de EE.UU.

¿Puede un dólar cayéndose, con sus implicancias en la debilidad norteamericana, lanzar un maleficio para el resto del planeta? No necesariamente. La economía mundial podría beneficiarse de una caída gradual en el dólar. Podría ayudar a reducir los desequilibrios globales de la cuenta corriente y, al cambiar la producción al sector transable de EE.UU., podría amortiguar la economía en la medida que su burbuja inmobiliaria se reviente.

Cierto, un dólar más débil dañaría a exportadores en Europa y Asia, pero el impacto en esas economías podría compensarse si los bancos centrales sostienen las tasas de interés más bajas de lo que harían de otra forma, por ende impulsando la demanda doméstica; exactamente lo que es requerido para un rebalance mundial. La actual fortaleza del crecimiento en Europa y Asia también podría ayudar a prevenir el giro de EE.UU. de un cambio hacia una caída mundial.

El Mercurio
Viernes 1 de diciembre de 2006